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LA IZQUIERDA EXISTE: ACOSTUMBRENSE.

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(OJO. Esta pendiente exponer con detenimiento los elementos programaticos basicos o minimos)

Por Miguel Ángel Sandoval

Me gusto un mensajito en Facebook, puesto por un amigo de las redes sociales. Creo que con buen juicio señala un tema al que muchos le sacan el cuerpo, por razones que no alcanzo a entender, en donde ciertos temores de los viejos juegan su rol. La vieja idea y el falso debate del fin de las ideologías no tienen ya más sentido. Las ideologías existen, y la principal separación es aquella que dice que las derechas y las izquierdas no tienen mayor cosa en común. Hace apenas unos meses, en un video callejero hecho en Brasil, dos muchachos decían de manera pedagógica, “hasta el precio del frijol es político” y hay propuestas de derecha y de izquierda. Nada más claro que eso.


Además, viene o mejor, ya estamos en un tiempo de las izquierdas. Ya dio inicio en El Salvador y en Costa Rica, para hablar solo de la región centroamericana.


Por supuesto que se trata de izquierdas diversas que tienen en común la idea de mejorar las condiciones de vida de las mayorías excluidas, de los pobres con respeto a las reglas del juego existentes. Pero ojo, no todas las reglas y comportamientos. Pues todo el paquete neoliberal y los ajustes del Estado que inician con el recorte de los gastos sociales debe terminar. Se debe fortalecer el Estado y dar paso a solidas políticas públicas de contenido social. Es la manera más firme, acaso la única, para disminuir las desigualdades.


La otra vía es la de una revolución hecha y derecha pero, por ahora, no hay las condiciones que se requieren. Que probablemente haya que trabajar para crearlas, pues no me quedan muchas dudas al respecto, pero por ahora, es la política de lo posible, es el tiempo de lo posible, sin renunciar a lo que por ahora parece imposible.


Por eso me pareció exacta la idea de que la izquierda existe y que hay que acostumbrarse ella, a su existencia, a su desarrollo y sobre todo, a su apuesta de futuro, que por supuesto contempla un gobierno dirigido por ésta.


Claro que se trata de una izquierda moderna, democrática, sin esquemas, con idea clara de qué es lo posible hoy en nuestro país y que sea, lo que se denomina posible, un referente contrario a la predica neoliberal de la derecha. En pocas palabras, si los neoliberales exigen disminuir el estado y las políticas públicas de contenido social, la izquierda debe apostar y luchar por el fortalecimiento del estado y de las políticas públicas de alcance social. Esa sola diferencia es ya bastante en países como los nuestros. En esa dirección van los esfuerzos que propongo a quienes quieran impulsar de esa manera y con esos objetivos la unidad de las izquierdas sociales y políticas…

Sobre la reversibilidad de las conquistas

Jesus González Pazos -Miembro de Mugarik Gabe.

La crisis que vivimos, de forma más agresiva en el que era conocido como mundo rico, tiene dos caras. Por una parte, y aunque pretendidamente escondida tras la identificación de solamente económica, la que es reflejo de una sumatoria de varias otras crisis: política, civilizatoria, de valores, social, etc. Por otra parte, la que es resultado de la reacción que tiene el capitalismo global ante los primeros tiempos de la crisis económica. Éste aprovecha el momento para la implantación de un nuevo sistema, no solo económico sino también político, el denominado neoliberalismo, y al que se pretende someter a la mayoría de la población. Es a esta realidad y a esta cara de la crisis a la que pretendemos dedicar este texto en unos breves apuntes. Porque la imposición actual del neoliberalismo político-económico nos aporta, además de muchas frustraciones ya conocidas, también algunas valiosas enseñanzas teóricas y prácticas. Y el análisis de estos elementos es necesario para poder ubicarnos en mejores condiciones de enfrentamiento ante esa situación creada, recreada e impuesta por los poderes económicos dominantes.

En este sentido, y después de hablar mucho sobre los recortes sufridos de todo tipo y orden, de la abultada pérdida de derechos, tanto laborales como sociales y también políticos, la posiblemente mayor enseñanza que debiéramos extraer está en la reversibilidad posible de las conquistas anteriormente alcanzadas en todos los órdenes de la vida. Esta situación se produce cuando el poder queda en manos de quienes dominan y controlan el sistema en los últimos años, es decir, en manos de las élites económicas y sus fieles administradores de la clase política tradicional. Parte, en lo económico, de las conocidas medidas de recortes y privatizaciones para alcanzar, en lo político, la implementación de un sistema total y absolutamente fiel a los dictados del poder económico y con un cada día más bajo perfil democrático; lo que ya se puede denominar como democracia de baja intensidad que sustituiría incluso a la democracia representativa, propia del liberalismo o del llamado estado del bienestar.

A lo largo de estos años, desde el estallido de la crisis allá por el 2008, los ejemplos en este sentido se han ido dando y agrupando de forma continua y cualquiera podría hacer una enumeración rápida y numerosa. Pero posiblemente una de las últimas situaciones que mejor ilustran esto que apuntamos podemos encontrarla en el reciente anteproyecto de reforma de la ley sobre el aborto. Esta reforma nos ha retrotraído de golpe en una treintena de años atrás, por no decir hasta una época cercana al medievo, por lo menos en lo que a los derechos de las mujeres sobre sus cuerpos se refiere y a las concepciones de la sociedad más moralistas, en su peor sentido, que se han exhibido por parte de quienes que quieren imponer dicha nueva ley sobre las mujeres.

Hombres y mujeres pensábamos, erróneamente, que la larga lucha de las últimas décadas habían colocado a éstas casi en las puertas de conseguir (por fin) el control sobre sus cuerpos, y las leyes existentes sobre salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo era elementos de avance en este sentido. Sin embargo, la presentación por parte del gobierno del anteproyecto de reforma nos hace darnos cuenta que dichas conquistas no eran irrevocables, sino que de nuevo los derechos alcanzados se pueden perder y el retroceso será de décadas.

Si revisamos otra multitud de situaciones que se han ido dando en estos últimos cinco años, bien sea respecto a los derechos individuales o colectivos, bien respecto al derecho a la educación y a la salud universal y gratuita o pasando por una larga relación de otros derechos en ámbitos como el laboral, social y político, la reversibilidad de los mismos es indiscutible, es casi palpable y es del todo innegable. Por ejemplo, hasta hace unos pocos años en los centros de trabajo se luchaba por conseguir mejores condiciones laborales sobre un «colchón» importante de derechos alcanzados tras prácticamente un siglo de luchas obreras. Hoy, por el contrario, aceptamos la pérdida de ese «colchón» como si nunca hubiera existido, acatamos disminuciones salariales y cruzamos los dedos para no engrosar en cualquier momento las listas del paro y el empobrecimiento acelerado. Y en este campo laboral la evidencia del retroceso de las conquistas de un siglo se hace nuevamente indiscutible. Igual ocurre con las amenazas que ya se ciernen sobre otros derechos básicos políticos y ciudadanos como los de reunión, manifestación o expresión, ya amenazados por los anteproyectos que el gobierno español prepara bajo la próxima Ley de Seguridad Ciudadana o la enésima reforma del código penal.

El llamado estado del bienestar nos imbuyó (y nos engañó) en un casi convencimiento ciego de que muchos de los derechos conseguidos eran inamovibles y no se podrían perder nunca. Podríamos, en situaciones de crisis económicas, retroceder en algunos aspectos de forma temporal pero fácilmente recuperables cuando ésta se superara. Y sin embargo, ahora asistimos estupefactos en gran medida, inmóviles ante ello y con un miedo que nos fuerza a la pasividad, a esa vuelta atrás de muchos de los derechos, ya no de los más recientes, sino también de los históricamente conquistados hace décadas.

Y ante todo ello clase política tradicional, integrante del sistema hoy ya plenamente neoliberal pues éste traspasó los límites de la economía para alcanzar el campo político, sigue anclada y fuera de juego. El tablero político se sigue sustentando en la llamada democracia representativa (en realidad, y como ya se ha dicho, es cada día más una simple democracia de baja intensidad), donde precisamente el juego parlamentario es una pieza clave que hoy no representa sino eso, un simple juego sin poder de transformación de la injusta situación creada por las élites económicas, auténticas dictadoras sin necesidad de estar directamente presentes en la arena política.

Por todo ello y vista la reversibilidad de los derechos conquistados como enseñanza de esta situación, deberíamos extraer otra enseñanza correlativa a la anterior: si no hay lucha individual y colectiva la pérdida de conquistas históricas y recientes se seguirá agrandando ya que, como vemos continuamente, la voracidad del nuevo sistema impuesto ha perdido los viejos límites y la vergüenza respecto al respeto de los derechos y la dignidad de las personas y pueblos. Si no hay luchas y respuestas a este sistema neoliberal caminaremos por una senda ya iniciada con la pérdida de las conquistas, profundizando en un sistema que el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos define brevemente con las siguientes palabras: «El fascismo que surge no es político, sino social y convive con una democracia de bajísima intensidad. La derecha en el poder no es homogénea, pero en ella domina la facción para la cual la democracia, lejos de ser un valor incalculable, es un costo económico y el fascismo social es un estado normal».

2013/01/20

LA DEMOCRACIA Y LA HIPOCRESIA NEOLIBERAL

Por Jesus González Pazos *

El sistema neoliberal dominante nos traslada habitualmente la imagen e idea de que su ámbito de actuación es el campo económico, caracterizado por el dominio absoluto de los intereses de los mercados, su hipotética autorregulación para un óptimo y equilibrado desarrollo y su real búsqueda obsesiva del máximo de beneficios. Sin embargo, y aún siendo cierto que el ámbito económico puede ser su espacio de acción prioritario, no es el único.

Al contrario, y para fortalecer el mismo, convirtiéndolo en casi absoluto, requiere el dominio igualmente del poder político. En estos parámetros podríamos sostener entonces, que a pesar de su discurso el sistema neoliberal no requiere de la democracia para poder ejercer esa intervención en lo político y en lo social. Cualquier otro sistema de corte no democrático les sería más útil para sus intereses. Sin embargo, la democracia será utilizada y presentada como el sistema más idóneo, aunque siempre y solo en la medida que repercuta en mejorar las condiciones de su propio poder. En suma, la defenderá si les sirve para reforzar el control político y social; abjurará de la misma si ésta pudiera convertirse en un modelo de control y freno del poder desde y para su mundo económico.

Muchos autores han señalado ya que el neoliberalismo económico no casa bien ni con quien pudiera ser su homólogo, el liberalismo político. Y esto es demostrable en multitud de momentos de las últimas décadas y en la medida en que ese neoliberalismo se ha ido imponiendo por métodos diferentes.

De una parte, y en términos conceptuales, acotan la democracia, como sistema de organización política y social hasta llevarla a su mínima expresión, como es la denominada y dominante democracia representativa. Pero, ¿alguien puede todavía sostener que el mero garabato de unas elecciones cada cuatro años justifica o demuestra plenamente el hecho democrático?. Esto, aunque luego se descubran las mentiras ocultas, se olviden las promesas, se extienda la corrupción entre la clase política o se tomen medidas y decisiones que eliminan todo tipo de derechos a la población, sin ninguna capacidad de crítica y control por parte de ésta. Con el añadido de que la protesta de la sociedad ante estas situaciones será ignorada sistemáticamente o descalificada desde la prepotencia política. Ejemplos de esa falta de control social sobre las decisiones de la «casta política», a pesar de la evidente corrupción, incumplimientos electorales o medidas de recortes de derechos no hay que ir a buscarlos lejos; hoy los vivimos directa y diariamente en los países sur-europeos como el estado español, Grecia, Portugal, etc. Además, si la situación se complica para los intereses dominantes (económicos) siempre quedarán opciones «democráticas» como el estado de emergencia o incluso el golpe de estado que, paradojas, se llegará a disculpar incluso como camino necesario para la restitución democrática (Egipto). Esta es la democracia representativa que propugna la propuesta neoliberal.

Si nos retrotraemos a las primeras fases de la imposición del neoliberalismo, habrá que recordar que éstas se dieron, en términos prácticos, en el Chile (1973) del dictador Augusto Pinochet. Así, este país fue convertido por la Escuela de Chicago, cuna de la teoría neoliberal, en el laboratorio ideal de las políticas estructurales de ajuste, de liberalización y privatización de los sectores estratégicos productivos y la conversión del estado en mero administrador del nuevo poder de los mercados e intereses económico-financieros. Todo ello contando con el inmejorable contexto que suponía la desaparición de derechos políticos, laborales, sociales y civiles que sufría la población chilena en el marco de la dictadura y que imposibilitaba cualquier mínimo ejercicio de oposición.

Posteriormente, en una nueva fase de implantación de las doctrinas neoliberales, ésta se realizaría ya en los llamados sistemas democráticos. Se sacuden ahora el convencimiento que tenían respecto a que estas políticas solo eran aplicables en dictaduras y articularán los medios para hacerlas posibles también en «democracias». Bolivia supuso un primer paso. Acaban de realizarse elecciones (1985), pero aún el país vivía un proceso transicional después de décadas de dictaduras militares y la imposición de las medidas de choque tuvieron que ir acompañadas de la represión para tratar de destruir al sindicalismo y al movimiento social, centrándose en sus dirigencias y llegando incluso a la declaración puntual de estados de sitios que facilitaran las imposiciones del nuevo modelo. Como señala N. Klein, «Bolivia proporcionó un modelo para una nueva clase más digerible de autoritarismo: un golpe de estado civil llevado adelante, no por soldados de uniforme militar, sino por políticos y economistas trajeados y parapetados tras el escudo oficial de un régimen democrático». A partir de este momento, este proceso se acelerará y, con recetas más o menos iguales, se irá imponiendo en otros países, como la Rusia de Boris Yeltsin o los países del antiguo este europeo. Y todo ello, sin olvidar paradigmas como las medidas de Ronald Reagan o de Margaret Thacher para instaurar el neoliberalismo también en países centrales del sistema-mundo, pasando, como ejemplo, por la destrucción de quien no esté dispuesto a asumir las nuevas vías y que puedan levantar un muro de contención en su contra, como es el caso del que fue potente sindicalismo minero inglés. En otros muchos países el sindicalismo fue asumiendo un papel dócil con el nuevo sistema dominante y ejemplos de ello también tenemos demasiado cerca.

Pero otro ejemplo paradigmático de la hipocresía neoliberal en relación directa con el sistema democrático se ha operado continua y reiteradamente en el mundo árabe y se agudiza en las últimas fechas. Históricos llamamientos retóricos en defensa de la legalidad y la democracia se han conjugado permanentemente con el respaldo práctico a regímenes tiránicos, como las monarquías petroleras de la península arábiga, donde la desaparición de los derechos más elementales de la población, y especialmente de las mujeres, es una constante, junto con el apoyo total de Europa y EE.UU. Otros regímenes, de corte parecido, se respaldaron permanentemente, por ejemplo a lo largo de todo el norte de África, mientras éstos respondieran positivamente a los requerimientos políticos-económicos dominantes neoliberales.

Por contra, recientemente asistimos a las llamadas «primaveras árabes», donde los levantamientos de la población contra los regímenes dictatoriales iban acompañados de la falta de entusiasmo de parte de las democracias neoliberales occidentales en los casos en los que la revuelta se daba contra regímenes «amigos» (Túnez, Egipto, Bahrein, Yemen…). Por contra, con la abierta intervención, incluso militar, cuando estos levantamientos lo han sido contra sistemas políticos «peligrosos» (Libia, Siria…).

Es evidente que lo primero que se desprende es que aunque se propugne la democracia como el sistema político más respetuoso con los derechos humanos y el bienestar de las poblaciones, a la hora de la verdad ésta no sirve igual para todos los pueblos y queda subordinada, hoy en día, a los intereses económicos neoliberales. Lo acabamos de ver en Egipto, donde el nuevo golpe de estado (3 de julio), llevado adelante por el ejército que gobernó el país durante los últimos 50 años, devuelve a éste al poder y las democracias de occidente lo aplauden no calificando el mismo como golpe de estado y tomando medidas que quedan en lo declarativo únicamente, mientras en lo efectivo suponen un claro respaldo a las nuevas autoridades golpistas. Esto incluso después de la matanza de cientos de personas (según las cifras más conservadoras) que se ha producido en el país norteafricano. Europa y EE.UU. llaman hipócritamente a la «contención de las partes», olvidando qué parte ha dado un golpe de estado contra la democracia y qué parte está poniendo la inmensa mayoría de muertos y heridos. Como señalaba recientemente R. Fisk en «La Jornada» de México, después de esto ¿qué musulmán volverá a creer en las urnas?.

En suma de todo lo anterior, la propia canciller alemana, A. Merkel, resumía recientemente el «espíritu democrático» que rezuman los sistemas neoliberales al decir «Podemos ayudar a los países de la región, pero solo si las propias sociedades eligen el camino correcto». Por supuesto la frase, en ejercicio de sinceridad política, debería concluir con un «y nosotros definimos cual es el camino correcto», plasmando la impronta colonialista, paternalista e imperialista que también caracteriza al neoliberalismo cuando se quita la máscara democrática. Esta es, en gran medida, la hipócrita actitud del neoliberalismo con respecto a la democracia.

 * Miembro de Mugarik Gabe.