Archivos diarios: 27 mayo, 2014

CRONI-POEMA DE LA PUYA

Fotografía de Rob Mercatante

Fotografía de Rob Mercatante

Hay asuntos que son de urgencia nacional
el diálogo, para poner algún ejemplo,
¡nadie diga que no somos democráticos!
todo tiene una lógica, principios, procedimientos.

Primero te tiro bombas, por montones,
después te alcanzo a garrotazos, piedras incluso,
luego te tiro por los suelos, te amarro
de las manos y las piernas
la cara llena de polvo, enlodada o reventada,
entonces es el turno del dialogo maduro.

No importa si son manipulados, enemigos del progreso
Amigos de Francisco el Papa que habla demasiado
Incluso con esas credenciales,
Puedes escoger si estas atento de rodillas
en una silla confortable,
desde tu casa vía skipe,
así podemos conversar sobre el calibre de las bombas
el tamaño del garrote,
y esas menudencias.
que nadie diga entonces
en gritos o susurros,
que somos sordos del oído, y ciegos de los ojos…

Por Miguel Ángel Sandoval

25 de mayo, 2014.

San Juan Sacatepéquez: las 12 comunidades Kaqchiqueles en alerta

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Foto: Quimy De León Archivo

Por: Redacción Prensa Comunitaria

Desde horas de la mañana, la población de las 12 Comunidades Kaqchiqueles de San Juan Sacatepéquez se encontraba preocupada y reunida;  pues supieron que  la policía, la Dirección General de Caminos y el Presidente Otto Pérez Molina iban a llegar a las instalaciones de la empresa cementera.

Para ello tenían que pasar por donde la población tiene organizado un plantón de resistencia pacífica y organizada desde el año 2007, cuando empezó a ser amenazada y despojada de sus tierras con la llegada de las empresas que intentan construir no sólo una cementera, sino el proyecto denominado Anillo regional.

A eso de las 11 de la mañana,  una radiopatrulla de la Policía Nacional Civil  llegó a un lugar entre Xenacoj y las 12 comunidades, cerca de la comunidad “Los Pajoques”,  en donde se encuentran alrededor de dos mil personas. La Policía se retiró un tiempo después. La gente vio después sobrevolar un helicóptero.

Por el momento se encuentra todo tranquilo, la población está esperando la llegada de Procuraduría de Derechos Humanos -PDH-, trabajadores de esta instancia se comunicaron con voceros de las 12 Comunidades para decirles que llegarían. Aunque no fue la población quien les pidió que llegaran, les esperarían para plantearles su inconformidad con lo que sucede.

Las 12 Comunidades Kaqchiqueles sienten una amenaza, temen que ocurra algo parecido a lo acontecido  “La Puya” y alertaron que se pueda usar “la fuerza publica del Estado de Guatemala, ya que en estos momentos Policías amenazan con entrar en el lugar”. También expresaron que las comunidades se encuentran resguardando la madre naturaleza, pues las grandes empresas la quieren destruir y que intimidan y amenazan a las comunidades. Y por último expresan “por favor pedimos estar alertas de lo que pueda suceder en el lugar”.

En una nota informativa las comunidades en resistencia de San Juan Sacatepéquez también solicitan:

«al Gobierno de Guatemala y las empresas interesadas en la destrucción de nuestro territorio, respetar nuestras decisiones y los resultados de nuestras consultas comunitarias realizadas el 13 de mayo del 2,007, donde hemos decidido que NO permitimos la invasión de nuestro territorio.

Al Estado de Guatemala y al Ministerio de comunicaciones, respetar nuestras propiedades privadas, ya que Cementos Progreso y el Ministerio de Comunicaciones están invadiendo y expropiando nuestros terrenos para llevar a cabo la construcción del ANILLO REGIONAL.

A todas las instancias de Derechos Humanos estar atentos ante las situaciones de represiones que se puedan llevar a cabo».

 

Mecánica heterosexual y su impacto en la violencia masculina

Por Glenda  García García*

Actualmente en Guatemala se vive una situación de violencia masculina contra las mujeres que generalmente se aborda desde sus efectos y no desde sus causas directas. El presente artículo, que forma parte de la investigación doctoral realizada por la autora[1], aporta algunas reflexiones teóricas que buscan profundizar en las causas implicadas en dicha violencia, en la que existen sujetos y estructuras que es preciso develar, por lo que se considera necesario  centrar la discusión en conceptos clave como identidad masculina, violencia masculina contra las mujeres, dominación masculina y, cruzando todos estos conceptos, enfatizar el concepto de heterosexualidad como centro de aprendizaje del “ser hombre”, aprendizaje que se caracteriza, entre otros elementos, por el dominio sobre la mujer y la violencia que ello implica. Aunque generalmente la heterosexualidad es concebida como oposición a la preferencia homosexual, acá se aplica en un sentido más amplio relacionándola a los imaginarios sobre lo masculino y sus efectos prácticos que, como una mecánica y aparato intelectual, lleva a la construcción de las identidades masculinas –tradicionales- como las conocemos en las sociedades patriarcales.

El establecimiento de la mecánica heterosexual a través de la construcción de las identidades masculinas

El enfoque para abordar las identidades masculinas se basa en una mirada múltiple de las masculinidades, tal como refiere la antropóloga Martha Ramírez (2009), pues éstas tienen una variabilidad relacionada con el contexto cultural de cada hombre, sin embargo -aunque no es posible generalizar determinado contexto hacia todos los hombres- existe una constante en la mayoría de sociedades, ampliamente documentada por estudios antropológicos, sociológicos y psicosociales,  que dan cuenta del carácter  desigual de las relaciones de género que hace que, aunque las masculinidades tengan diferencias entre sí, comparten un elemento común: el poder masculino sobre el femenino.  Es en este enfoque múltiple pero dominante que se centra el análisis sobre las identidades masculinas que han sido construidas bajo la concepción de dominio, control y poder sobre el mundo.

Desde la infancia, a los niños varones se les presentan dos categorías de humanos: los hombres, que personifican la grandeza y el poder; y las mujeres, definidas como “el otro” en una sociedad falocéntrica (Kaufman; 1989:35 y Holland; 2010: 219-224). Esta realidad es la que configura el patriarcado, comprendido como:

“… manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y los niños de la familia y la ampliación de ese dominio masculino sobre las mujeres a la sociedad en general. Ello implica que los varones tienen el poder en todas las instituciones importantes de la sociedad y que se priva a las mujeres de acceder a él” (Lerner; 1990:340)

Este poder también se extiende a hombres subordinados por razones de clase o etnia, es decir que -aún en condiciones de desigualdad- los hombres generalmente portan el dominio masculino. Es a partir de que un ser humano es nombrado como hombre o mujer, que se le empieza a dotar de una serie de atributos pre-establecidos  sobre lo femenino y lo masculino que están marcados por la categorización binaria jerarquizada[2].  Las estructuras sociales norman y ordenan cómo deben ser los hombres y cómo deben ser las mujeres bajo la lógica de la heterosexualidad, que de acuerdo con Gayle Rubin (1986), se impone a los sexos  suprimiendo las semejanzas naturales entre hombres y mujeres; se reprime lo masculino en las mujeres y lo femenino en los hombres y se condena a quienes cruzan esas barreras: los homosexuales.  Rita Segato (2003) explica  esta lógica desde lo cognitivo y la llama –con autoras como Judith Butler- matriz heterosexual, que en este artículo se utiliza como “la mecánica heterosexual” comprendiéndola no como la estructura en sí misma,  sino como el mecanismo a través del cual se organizan las sociedades en el sistema sexo-género de la dominación masculina.

Los procesos de socialización son una parte fundamental de la mecánica heterosexual  al encargarse de formar, construir y mantener las identidades de género. En general, la socialización se hace cargo de la inducción  para que una persona-individuo  se convierta en miembro de un grupo social determinado, para lo que se requiere, según Ramírez, de un proceso de internalización tanto de significados  provenientes del aprendizaje puramente cognoscitivo como de circunstancias de enorme carga emocional… el individuo es inducido a participar en la dialéctica de la sociedad, por  lo cual es necesario que recorra una secuencia temporal para llegar a ser un miembro de ella. La secuencia temporal refiere las etapas de socialización primaria y secundaria planteadas desde la sociología por la corriente del  construccionismo social. La socialización primaria abarca el tiempo de la niñez, que transcurre en la familia como institución que toma el rol de incorporar al individuo a la estructura social en que éste ha nacido. En la socialización secundaria,  es la escuela la institución más importante, pero a ella se van sumando los medios de comunicación y todos aquellos espacios de convivencia del individuo: grupos sociales, amigos, vecinos, espacios laborales, etcétera.

En el caso de  los estudios de género, Ramírez es más explícita al profundizar en estos procesos dentro del ámbito de una  socialización de género a través de la cual se construyen identidades separadas y jerarquizadas en el marco de la heterosexualidad:

“… en la literatura… el término ha sido colocado en oposición a la preferencia homosexual. Sin embargo, al tratar este trabajo de las relaciones intergenéricas, el acento está puesto en la búsqueda del dominio masculino sobre la mujer y de una práctica sexual que permite confirmar en el imaginario masculino que se es hombre porque se ejerce una preferencia sexual socialmente normada” (pág. 45) en la que solamente es permitido el deseo por el sexo opuesto.

Las masculinidades están fundadas con  base en  atributos adquiridos que pueden ser perdidos en cualquier momento de la vida. Por ello, a lo largo de los años, los hombres van requiriendo de una constante necesidad de validar la hombría, lo que crea inseguridades sobre la propia identidad masculina (Martha Ramírez, 2009 y Glenda García, 2001) la cual va complementada con el ejercicio de la violencia, como atributo de la masculinidad tradicional.

En el marco de la heterosexualidad normada, muchos hombres crecen  formando una sexualidad caracterizada por la conquista hacia las mujeres, la fuerza de sus actos, la agresividad y todos aquellos atributos masculinos que ocupan el lugar de dominación en las relaciones de género basada en las oposiciones binarias referidas por Francoise Héritier. Este actuar masculino es resultado de la necesidad  constante de probar la masculinidad -no frente a las mujeres- sino frente a los otros hombres que forman parte del grupo en que los mayores guían a los menores de diversas maneras, como los llamados ritos de iniciación masculina, dentro de ellos el más común ocurre en la adolescencia cuando los jóvenes son “guiados” por hombres mayores, a menudo tíos, hermanos, amigos -incluso padres- para iniciarse en la vida sexual, comúnmente experimentada en prostíbulos. Con esta práctica se instituye el aprendizaje  de apropiación sobre el sexo-cuerpo de las mujeres para fines exclusivamente masculinos (García; 2001) y esta resulta ser una de las más fuertes estrategias de aprendizaje de la dominación masculina.

Otro elemento relevante dentro del aprendizaje del modelo tradicional de la masculinidad es el de la afectividad. Los hombres desde muy chicos son  reprimidos de los sentimientos que  revelan ternura, dolor, afecto, enfermedad, debilidad y antes que expresar alguno de estos sentimientos están obligados a expresar fuerza e insensibilidad ante sus emociones para no verse amenazados o entrar en conflicto consigo mismo y con los otros de su entorno. Luego, cuando los hombres son adultos el ciclo de aprendizaje del modelo masculino tradicional se cierra en el momento en que pasan a ser proveedores, que no sólo implica la capacidad de proveer sino también el estatus de éxito y de reconocimiento que acompañan a esa capacidad que deriva del trabajo remunerado, que a su vez dota de poder a los hombres, con lo cual se completa la dominación a lo interno de la familia y hacia la sociedad pues los hombres pasan a formar parte estructural de la mecánica heterosexual .

Los procesos de  construcción de las identidades masculinas conllevan una lucha constante entre la esfera racional y emotiva y entre el ser o no ser hombre. Así el aprendizaje y la práctica del modelo tradicional de masculinidad, en términos salubristas, puede llegar a convertirse en un factor de riesgo de primer nivel en salud (Luis Bonino, 2002) y, en muchos casos,  esta es una realidad. Basta con observar las tasas de violencia contra las mujeres y  la violencia hombre a hombre para reconocer la gravedad de este problema. Ramírez refiere dentro del modelo tradicional de la masculinidad un elemento clave que denomina padecer masculino, que deriva de la vivencia de  violencias físicas, simbólicas y psicológicas experimentadas en la infancia y adolescencia. Es de interés particular reflejar este pesar masculino que señala Ramírez ya que generalmente la dominación masculina solo se aborda desde la dimensión víctima/victimario que deja fuera problemáticas estructurales que afectan tanto a las mujeres como a los hombres ya que sólo reconociéndolas se podrán plantear estrategias de solución eficaces como lo plantea Bonino. El trabajo que se impulsa con el enfoque de las nuevas masculinidades es un ejemplo de las estrategias que buscan superar los problemas que derivan de la dominación masculina, sin embargo, aún falta diseñar otra serie de estrategias para alcanzar la equidad de género.

Siguiendo a Ramírez, el concepto padecer proviene de la antropología médica y desde ésta rama muy cercano al concepto de enfermedad, sin embargo, la autora lo aplica en un sentido más amplio para reflejar la violencia que los niños viven desde la infancia y que es considerada “normal” en el marco de la construcción de la identidad masculina dominante en la que las primeras experiencias de poder y violencia ocurren cuando se  vivencia la verticalidad que está presente en las relaciones jerárquicas de padre-madre u otros adultos hacia los niños y es desde esta etapa que se va teniendo conciencia del poder y beneficios que genera.

Estas serían las formas en que se va adquiriendo el poder en el enfoque de Foucault, como una relación de fuerzas, el poder se ejerce… bajo un sistema de diferenciaciones, ya sea por las posiciones de estatus y privilegios en la sociedad; por razones económicas… por cuestiones culturales o en la destreza y la competencia (Ramírez; 2009:34). Desde la perspectiva de los micromachismos, concepto acuñado por el psicoterapeuta Luis Bonino, con base en aportes de M. Foucault y autoras feministas, se aborda el tema del poder enfatizando dos acepciones del mismo: la capacidad del poder autoafirmativo y la del control y dominio. Para fines de este estudio se retoma la segunda acepción: el poder de dominio, que se empieza a desarrollar en las relaciones entre niños y niñas dentro de la familia, y luego, posterior a la socialización primaria, en los espacios de relación con otros niños, donde se va marcando tanto el poder como los actos violentos que –a diferentes niveles-  se mantienen hasta que se llega a la vida adulta en que se ejerce poder ya sea contra otros congéneres o contra sus parejas:

“La capacidad y la posibilidad de control y dominio sobre la vida o los hechos de los otros, básicamente para lograr obediencia y lo de ella derivada. Es el poder de dominio. Requiere la tenencia de recursos (bienes, poderes o afectos) que aquella persona que quiera controlarse no tenga y valore, y de medios para sancionarla y premiarla. En este segundo tipo de poder, que es el de quien ejerce la autoridad, se usa la tenencia de recursos para obligar a interacciones no recíprocas, y el control puede ejercerse sobre cualquier otro aspecto de la autonomía de la persona a la que se busca subordinar (pensamiento, sexualidad, economía, capacidad decisoria, etcétera) (Bonino; 2009:02)

 La violencia y el poder, así experimentados, van desarrollando un mosaico de sentimientos y emociones complejas que forman parte del padecer masculino:

“Los hombres… aprendieron a mirar y a registrar en su imaginario que la imposición de criterios, arbitrarios o no, es ejercida por los varones sobre las mujeres y los niños, aun en contra de su voluntad. Y a pesar de que estas imposiciones muchas veces las vivieron con violencia, existía en el horizonte la promesa de que algún día serían hombres adultos y estaría abierta la posibilidad de ejercer ese poder y violencia” (Ramírez; 2009:35)

En síntesis, el término padecer se entiende como un efecto de las estructuras de dominación masculina que deriva de las vivencias que conllevan dolor, frustración, sentimientos ambivalentes y violencia (Román et al; 2007).

            Mecánica heterosexual, dominación y violencia simbólica

       La violencia simbólica abordada por Pierre Bourdieu (2003) tiene un impacto profundo en la reproducción o funcionamiento eficaz del modelo tradicional de masculinidad basado  en el elemento de la heterosexualidad que configura la dominación masculina.

       Para Bourdieu la dominación masculina se funda en  el orden de lo simbólico que está detrás de la asimetría que existe en las relaciones de género y que hace que la dominación y la violencia se logren instituir en las sociedades, a tal punto de que se les considere como algo  “natural” en las relaciones. Este es el mayor éxito del patriarcado en tanto no solamente organiza los estatus de los miembros del grupo familiar, de la sociedad y de las culturas sino, y sobre todo, organiza el campo de los simbólico en todos los niveles de la sociedad (Segato; 2003:15).

       Para explicar el peso de lo simbólico, Bourdieu aplica la categoría “violencia simbólica” a partir de la cual explica cómo se mantienen activas las estructuras de dominación masculina (García; 2005). Esta violencia simbólica, la explica el autor como una fuerza y forma de poder que se ejerce directamente sobre los cuerpos y como por arte de magia, al margen de cualquier coacción física, la cual está basada en esquemas mentales productos de la asimilación de las relaciones de poder jerarquizadas. Dichos esquemas son matrices tanto de percepciones,  ideas,  imaginarios y  pensamientos que no se quedan en el plano mental sino que trascienden a las acciones (Bourdieu; 2003:49-59). La violencia simbólica está relacionada con la violencia moral que describe Segato[3]  aunque en este caso la autora enfatiza más la invisibilización de ciertas violencias que su estructura simbólica.

       La dominación masculina fundada con  base en  representaciones simbólicas es la estructura a través de la cual se da la dominación del sexo masculino sobre el femenino. Es dentro de este esquema que la misoginia[4] cobra lugar como aparato intelectual que constantemente refuerza las ideas de inferioridad de lo catalogado como femenino, esto es,  las mujeres o los homosexuales.

     Uno de los elementos que interesa resaltar como producto del orden simbólico es el consentimiento social que se da a la dominación. Al respecto, Maurice Godelier (1989)  plantea que la violencia –sin menospreciar el daño físico/emocional que ésta provoca-  no es lo de mayor importancia para que se logre la dominación, como el consentimiento que a través de lo simbólico se  produce por parte de los dominados es vano imaginar un poder de dominación duradero que se base sólo en la violencia o sólo en el consentimiento total. Este autor expone que en las estructuras de dominación, tanto la violencia como el consentimiento son necesarios y que en muchas ocasiones  no  es necesario llegar a la violencia real, pues la amenaza de la misma (donde entra en juego la violencia simbólica) crea las condiciones para que se dé el consentimiento a la dominación. Un  ejemplo contundente es la aceptación, por la mayor parte de las mujeres, en casi todas las sociedades, de la autoridad masculina (Godelier; 1989:186-198).

     Siguiendo esta línea de análisis, Joan Scott profundiza cómo en las relaciones de género se articula el poder,  donde lo simbólico y lo cultural son una de las partes constituyentes (Gloria Bonder; 2002). Un ejemplo de lo simbólico y cultural es la defensa del  “honor” y el “don” que desde la antropología explica otras formas simbólicas de la dominación y violencia masculina.  Este enfoque analiza  la competencia que se da entre las relaciones de género y cómo  “el honor de un individuo” puede verse amenazado por  relaciones hostiles.  En el caso  de los hombres, por ejemplo, el honor es la “hombría” –que lleva connotaciones tanto de fuerza física como de poder-  con la que defiende a su grupo familiar, particularmente a las mujeres y su sexualidad.  Las mujeres por su parte están insertas en este sistema opresivo y su honor está en directa relación con la preservación de su cuerpo sexuado.  Este honor no les pertenece solo a ellas porque tiene como finalidad salvaguardar el honor de los hombres de su familia o grupo social. Así, la violación sexual contra mujeres más que una ofensa a ellas como víctimas, resulta una ofensa a los hombres de su entorno más cercano.

  Para no dejar espacio a interpretaciones equívocas, es importante referir  aquí las palabras de Bourdieu sobre la violencia simbólica cuando  expone que “Al tomar lo simbólico en uno de sus sentidos más comunes, se supone a veces que hacer hincapié en la violencia simbólica es minimizar el papel de la violencia física y (hacer) olvidar que existen mujeres golpeadas, violadas, explotadas, o, peor aún, querer disculpar a los hombres de tal forma de violencia.  Cosa que… no es cierta” (2003:50)  Se enfatiza en la violencia simbólica porque es a través de ella que opera el sistema de dominación, es  a través de la cual –implícitamente- se envía el mensaje de opresión hacia las mujeres para luego dar lugar a la violencia física.

De acuerdo con Bourdieu, la violencia simbólica y la violencia física son componentes importantes en la estructura de dominación masculina que es “producto de un trabajo… histórico… de reproducción”  en que  los principales agentes son los hombres y las instituciones que han creado, entre las principales: la familia, las religiones, la educación, el sistema económico y las diversas instituciones estatales a partir de las cuales se reproduce la dominación, al punto que se presenta en las relaciones sociales como  si ésta fuera “natural” (2003:50).

            Las estructuras de dominación masculina no sólo afectan a las mujeres sino también a los  hombres, que por estar dentro del marco de dominación masculina están “obligados” a cumplir con la normatividad heterosexual que socialmente se ha construido por y para ellos y salirse de ella deviene en una serie de sanciones sociales que muchos no están dispuestos a enfrentar. Retomando el tema del padecer masculino  expuesto, interesa resaltar un elemento poco tratado en la literatura y es el hecho de que el padecer masculino ha hecho que los hombres sean presos de su propia dominación -aunque no sean conscientes de ello-[5]  y esto es quizás lo más grave de la dominación  masculina, por un lado porque la no conciencia sobre el padecer masculino no les permite a los hombres su propia liberación y, por otro lado, por los efectos sociales que provoca a través del ejercicio de la violencia masculina contra las mujeres y contra otros hombres.

La definición de violencia masculina, en su dimensión que impacta directamente en las mujeres, ha sido abordada en los estudios de Bonino:

“toda forma de coacción, control o imposición ilegítima por la que se intenta mantener la jerarquía impuesta por la cultura sexista, forzándolas a que hagan lo que no quieren, no hagan lo que quieren, o se convenzan que lo que decide el hombre es lo que se debe. Esta violencia ejercida por hombres de todas las edades, sectores y etnias, tiene una causalidad compleja y multidimensional, pero sus causas primarias son las pautas culturales sexistas que mantienen y favorecen la superioridad masculina y  la subordinación femenina, así como su naturalización y banalización” (Bonino; 2005: 1-3)

Para analizar la violencia hombre a hombre, así como para la violencia política contra las mujeres, se toma el concepto de violencia de género, definida como toda forma de violencia interpersonal, organizacional o política perpetrada contra las personas debido a su identidad de género, orientación sexual, jerarquía de género y violencia masculina hombre a hombre (O´toole et al, 2007). En adelante se profundiza sobre la violencia masculina y sus manifestaciones contemporáneas en Guatemala.

Violencia contra las mujeres durante el conflicto armado interno

En este apartado se presenta un análisis articulado entre los datos de violencia contra las mujeres presentados en el informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico –CEH- y la teoría sobre dominación masculina expuesta al inicio del presente artículo. La CEH explica tres distintos  niveles en que las mujeres sufrieron violencia: en el primer nivel coloca la estructura social donde predomina el poder masculino, desde donde se explica la supuesta “inferioridad” con la que se justifica que la violencia se produjera;  en segundo lugar coloca la etnia, en este caso se explica que las mujeres fueron violentadas por su   estatus social de mujeres mayas;  En tercer lugar coloca el conflicto armado, desde donde se explican las relaciones de poder en las cuales los militares tenían ventaja frente a la población civil no combatiente (CEH-III; 1999:25-26)

            Si bien la CEH reconoce la existencia de un poder masculino a través del cual explica que las mujeres son las víctimas de violaciones sexuales, por considerárseles “inferiores por su género”, “vulnerables”, “frágiles” y “débiles”, en este espacio  el problema se aborda en una dimensión mayor en el sentido de plantear que las mujeres fueron “utilizadas” para provocar daño a la estructura de dominación masculina y no para dañarlas “simplemente” porque se les considerara “inferiores”[6].  En este sentido, el planteamiento de esta investigación es que la violencia ejercida contra las mujeres en la guerra en Guatemala tuvo como fin primordial provocar un daño sociocultural a través de la violencia física, sexual y simbólica ejercida contra las mujeres –en una mayoría de casos mayas- y por la cual sufrieron doblemente la violencia: 1) la violencia física directa que sufrieron en sus cuerpos y 2) la violencia simbólica en tanto fueron utilizadas para dañar la estructura de dominación masculina. Aunque el presente análisis no se rige por un carácter jurídico sino más antropológico social, ambas dimensiones de violencia contra las mujeres son elementos esenciales que han sido documentados a nivel jurídico prueban los crímenes cometidos en contra de las mujeres y sus grupos culturales[7].

            Las formas de violencia que sufrieron las mujeres no pueden en ningún momento analizarse de forma separada ni aislada del contexto en el cual son analizadas, en este caso la guerra guatemalteca. Plantear que dicha violencia pretendía producir daño social y cultural se fundamenta en la utilización que durante la guerra se hizo de las estructuras comunitarias y sus códigos socioculturales, dentro de ellos la utilización de las mujeres, quienes son concebidas como creadoras y reproductoras de las costumbres, tradiciones y conceptos de la vida, de la comunidad y del mundo. Toda esta reproducción cultural a cargo de las mujeres se da a través de un elemento común: las relaciones de parentesco, en las que las mujeres están ligadas –de manera subordinada- al orden masculino, y por lo cual son convertidas en “objetos” y “signos” de comunicación (García; 2005).

            Este planteamiento se fundamenta en las explicaciones de Bourdieu sobre la utilización de las mujeres como capital simbólico, que conlleva la defensa del honor de los hombres (Bourdieu; 2003:59-67),  el cual  se protege en todos los contextos y en las guerras toma formas singulares que hacen que las mujeres sean utilizadas como botín de guerra.   Siguiendo la teoría de Bourdieu, planteo que las mujeres, niñas y ancianas[8] fueron convertidas en “objetos simbólicos” de comunicación  porque fueron “instrumentos” de la dominación masculina en la cual las mujeres  quedaron en el medio de unos y otros: los perpetradores que detentaron todo su poder y violencia masculina contra ellas; y los hombres familiares o de la comunidad que resultaron ofendidos en su honor masculino por la utilización de “sus” mujeres por “otros” hombres. En adelante se profundiza en el análisis de la violencia contra las mujeres durante la guerra, en conjunto con los análisis que la misma CEH realizó sobre los hechos.

El 48% de los testimonios de la CEH se obtuvo de mujeres víctimas de la represión que fueron testigas de lo que les pasó a ellas directamente, a sus familias y a sus comunidades. Aunque las mujeres brindaron esos testimonios, muchas de ellas no denunciaron la violencia sexual de que fueron víctimas por la vergüenza que representa para ellas y para sus comunidades, principalmente “sus” hombres, ya sean esposos, padres, hermanos o hijos. Según la CEH el carácter colectivo que adquirieron las violaciones tuvo como objeto causar humillación a los pueblos, por lo que muchas de las mujeres víctimas mantuvieron en silencio –por muchos años- los hechos cometidos en su contra, fue hasta el momento de ofrecer sus testimonios que el problema de las violaciones sexuales salió a luz y, aún así, no todas las mujeres hablaron sobre las violaciones que sufrieron personalmente, sino sobre la que sufrieron las otras mujeres. Es importante destacar también que muchos de los hombres que ofrecieron su testimonio ante la CEH denunciaron la violación sexual contra mujeres desde la distancia como “lo que les hicieron a ellas”, evitando mostrar los vínculos de parentesco con las víctimas; lo que expresa el peso de “su honor” ofendido.

Para las mujeres era muy claro el sufrimiento que vendría después de contar los hechos: estigma, señalamientos y rechazo, por lo que era preferible el silencio, sobre todo por el temor a sus esposos.  Las mujeres son unos valores que hay que mantener a salvo de la ofensa y de la sospecha (Bourdieu 2003) -si algo que las denigre pasa-  lo que está en riesgo no son ellas, sino el honor masculino, es por ello que el silencio fue una respuesta que salvaguardaba la estructura de dominación masculina -que ya había sido dañada- pero que había que seguir protegiendo con  el silencio. Así al ocultar los hechos se preservaba el honor de los hombres de la comunidad. Para los pueblos de Guatemala el impacto de la violación de mujeres es  profundo pues  el 88.7% de las víctimas fueron mujeres pertenecientes a distintos pueblos mayas del país. La CEH enfatiza primero el daño cultural y luego el daño a la estructura de la dominación masculina. En este ensayo se invierte se invierte la explicación colocando en primer lugar el daño a la estructura de dominación masculina- y en segunda instancia a la cultura de los pueblos a través de los crímenes  perpetrados en contra de las mujeres.

La mayor parte de violaciones sexuales –ejecutadas en un 97% por miembros de las estructuras militares contrainsurgentes-  ocurrieron entre 1980 y 1983, período que coincide con la política de “tierra arrasada” implantada por el Estado guatemalteco en las zonas mayoritariamente indígenas.   Son muchos los testimonios que relatan las formas de violencia contra las mujeres, en seguida se exponen algunos casos representativos que muestran los niveles de terror y de violencia:

            “El oficial tiene sus grupitos de asesinos y les dice cómo tienen que matar.  Hoy van a degollar o a guindar con alambres, hoy violan a todas las mujeres.  Muchas veces las órdenes las dan antes… Violaban a las mujeres, las ponían en cuatro patas, luego les disparaban metiendo el arma en el recto o en la vagina…  También mandaban hacer percha con las mujeres… por una sola pasan 20 o 30 soldados”  (CEH-III p.29)

            “El soldado… contaba que cuando estaban las señoras muertas les subía la falda y les metía un palo en la vagina… a una anciana la ahorcaron con un lazo en el cuello.  Estaba desnuda con un banano en la vagina…  (otro caso)  Abrieron la panza de una mujer embarazada y sacaron el nene y al nene le pusieron un palo por atrás hasta que salió de su boca” (CEH-III p.31)

            “Estaba embarazada, la violan, luego la cortan con cuchillo degollándola y finalmente le abren el vientre, ya tiene ocho meses de embarazo, y le arrancan el niño”  (otro caso)  “Ella estaba dando de mamar a su bebé de tres meses; la violaron, le cortaron sus pechos, y al bebé también lo mataron” (CEH-III p. 34)

            “Cada noche sacan a cinco o seis mujeres.  Cuando entran los hombres, nosotros nos tapamos la cara con el rebozo, temblando estamos con el miedo.  Ellos nos quitan la sábana y con el foco van a mirar si somos jóvenes.  Todo el tiempo tiemblo de miedo para que no me saquen, no me sacaron porque ya estoy algo vieja”  (CEH-III p. 41)

            “… Nos detuvieron los soldados cerca del destacamento y nos encerraron por separado… me quitaron la ropa a tirones, todos se subieron, el capitán primero, ocho soldados más… los demás me tocaban… De pronto vi que entraban con mi papá, estaba muy golpeado, lo sostenían entre dos. Yo estaba desnuda sobre una mesa y el capitán le dijo a mi padre que si él no hablaba lo iba a pasar mal.  Entonces hizo que los hombres… comenzaran a violarme otra vez.  Mi padre miraba y lloraba, los hombres le decían cosas, él no hablaba, yo estaba cansada, ya no gritaba… no entendía nada… De pronto el capitán pidió un machete y le cortó el miembro a mi papá y me lo metió a mí entre las piernas.  Mi padre desangraba, sufrió mucho, después se lo llevaron.  A mí me dieron ropa, otra ropa, de saber qué mujer y me dijeron que me fuera…  Le conté a mi marido… él me contestó que el Ejército tenía el poder, que no se podía reclamar, que si yo no hubiese ido al mercado, nada me habría pasado” (CEH-III p. 51)

Hubo muchos casos de niñas y jóvenes sobrevivientes de violación sexual  a quienes se les protegió con el silencio para no afectar su proyecto de vida, que incluye las probabilidades del matrimonio ya que “ningún” hombre querría casarse con ellas al tener conocimiento de la violación. Aún en la actualidad, hay mujeres que guardan silencio y esposos que no saben de los hechos[9].  En el caso de las mujeres que eran casadas cuando ocurrieron los hechos, la CEH analizó la actitud de sus maridos  exponiendo que culpar a las mujeres era más fácil que culpar a los militares, abandonarlas (en los casos en que ocurrió, ya que no fueron todos los casos) fue un gesto de desprecio y ejercicio de superioridad de los hombres para no admitir su propia vergüenza  (CEH-III p.43).  Sin embargo, el análisis sobre la actitud de los hombres debe ser más profundo, ya que esa vergüenza es precisamente el honor masculino ofendido y eso cobra mayor importancia para los hombres  que reconocer el daño producido en las mujeres, en ese sentido los hombres fueron “coherentes” en cuanto a la defensa de su honor propio.  Es aquí donde se comprende mejor que la violencia contrainsurgente  buscó destruir simbólicamente –utilizando a las mujeres-  la estructura social representada por lo masculino.

En pocas ocasiones,  la CEH reconoce que la violencia contra las mujeres está enmarcada en la estructura de dominación masculina[10], en general, la explica  a partir del contexto de guerra en que  las mujeres fueron “un botín”, pero no profundiza en por qué se convirtieron en un botín y es justamente ahí donde la utilización de las mujeres  explica la ofensa al honor masculino. Es probable que la CEH se inclinara y adoptara el discurso maya sobre lo que la mujer representa para la cultura y a partir de ahí hiciera énfasis en las violaciones a mujeres como daño cultural y no en el daño a la dominación masculina que estructura lo cultural:

Todas las culturas atribuyen valor a la mujer sobre la base de su función biológica reproductora y de crianza.  Las mujeres transmiten, por medio de vínculos íntimos y cotidianos, la cultura familiar y comunitaria: el idioma, la cosmovisión, las normas de vida y de relación entre los miembros de la comunidad; en definitiva, los contenidos de la identidad personal y social.  En la cultura maya, además, esta función tiene un alto valor simbólico dada la equivalencia entre la mujer con la madre tierra, representación de la vida y de la posibilidad de establecer vínculos entre pasado y futuro.  En ese sentido, la violencia sexual contra  mujeres y niñas forma parte sustancial de la memoria histórica de las comunidades indígenas.  El castigo como finalidad de las violaciones sexuales se hace evidente por la extrema crueldad con que se llevaron a cabo   (CEH-III p.50)

El aporte propuesto en el presente artículo intenta dibujar una dimensión mayor, en el sentido de exponer que la violencia afectó o “castigó”  a las mujeres -no solo por el valor representado en sus capacidades reproductivas y de transmisión cultural- sino también porque representaban valores para la cultura en tanto que reproducían el sistema de dominación masculina, el cual también se pretendía dañar a través del daño producido a los hombres en su rol tradicional de género, tal como se observa en uno de los relatos ya expuestos y en sus actitudes cuando culparon a las mujeres por las violaciones sexuales de la que fueron víctimas, actitud que no resulta desconcertante, más bien es  coherente, si se comprende en el marco de la defensa de su dominación y de su honor. De igual manera, al analizar el valor simbólico de la mujer-madre-tierra  no se puede olvidar que la tierra es uno de los elementos que son propios de lo masculino, son bienes preciados –como las mujeres- en lo que se expuso como capital simbólico.

La violencia contra las mujeres durante la situación de guerra vivida en Guatemala  representa un momento de agravamiento del continuum de violencia de género que se intensificó con violaciones sexuales, tortura e incremento de asesinatos como resultado de la situación de guerra vivida en Guatemala. En los años de posguerra también se observa un agravamiento de ese continuum de violencia tanto por el incremento de la violencia como de los asesinatos; sin embargo, en la actualidad ese aumento ocurre en un contexto de violencia que presenta otras complejidades en las cuales la violencia del pasado no se da como una simple repetición, como se explicaba originalmente en el abordaje del femicidio en Guatemala.

Violencia contra las mujeres (2000-2010)

            En los años de posguerra, el continuum de violencia  presenta  formas de agravamiento expresado en procesos como: altos niveles de violencia intrafamiliar,  trata de mujeres y niñas, asesinatos y femicidios. Estos son algunos de los ejemplos más emblemáticos de la violencia masculina contra las mujeres que se observan actualmente. En este apartado se presenta un breve resumen estadístico sobre violencia y asesinatos de mujeres en la década 2000-2010.

Antes de presentar los datos sobre violencia contra las mujeres, es necesario advertir  que en Guatemala aún existe una carencia sobre estadísticas y  manejo de data sobre casos de violencia en general y, en particular sobre violencia contra las mujeres.  Sin embargo, es importante resaltar que el registro de datos especializados por género se ha ido mejorando  en los últimos años a través de la investigación criminal desde  la Policía, la creación del Instituto Nacional de Ciencias Forenses –INACIF-, el trabajo de investigación de los casos de femicidio a cargo de juzgados especializados. Con estos avances los datos sobre violencia contra las mujeres son cada vez más confiables aunque aún se tienen dificultades tecnológicas y profesionales para el adecuado manejo de los mismos. Con esta advertencia, en seguida se presentan datos sobre violencia contra  las mujeres, con la finalidad de ofrecer un panorama general del contexto de violencia donde ocurren los asesinatos de mujeres.

            En el año 2008,  el Instituto Nacional de Estadística –INE- registró un total de 23,700 denuncias de violencia intrafamiliar, en las que en el 90% de los casos los victimarios fueron hombres  y las víctimas fueron mujeres que en su mayoría eran jóvenes entre 20 y 39 años de edad (INE; 2009). En el año 2010, según declaraciones del Ministerio Público, las denuncias de violencia intrafamiliar se acercaron a triplicar las cifras del 2008, llegando a más de 65,000 casos de violencia intrafamiliar, de las cuales, más de 40,000 correspondían a violencia contra las mujeres.

            La violencia masculina alcanza otros hechos graves reflejados en estudios recientes. La Asociación  Guatemalteca de Mujeres Médicas –AGMM- (2010) reportó que en el primer semestre del año 2010, más de 13,000 niñas habían quedado embarazadas, muchas de ellas tenían entre 10 y 14 años de edad. Varios de esos casos representaban embarazos como resultado de violaciones sexuales que no han sido investigadas[11].

            Otro problema en el país es el del mercado del sexo, el cual opera desde y para los hombres. Un estudio de la Fundación Sobrevivientes refleja datos sobre la explotación sexual y trata de niñas, que sobrepasa  a 15,000 niñas, sin contar adultas de 18 años (Fundación Sobrevivientes; 2009). En el año 2005, el informe anual de trata de personas del Departamento de Estados Unidos reflejó que entre 600,000 y 800,000 personas cruzan las fronteras internacionales como víctimas de trata, dentro de las cuales el 80% son mujeres y niñas (Ezeta; 2006).

            Respecto de los datos sobre asesinatos de mujeres que ocurrieron en la década 2000-2010 cabe destacar en primer lugar que según los datos de PNC, más del 80% de las mujeres murieron por armas de fuego y el otro 20% por diversas causas, unas desconocidas y otras –importante de resaltar- por violencia que contiene el elemento de género y poder; violación sexual, tortura, estrangulamiento, mutilación, etcétera. El incremento de asesinatos fue de tal dimensión que sobrepasó el cien por ciento de asesinatos en la década, los cuales pasaron de 213 en el año 2000 a 695 en el 2010, elevando la tasa de homicidios de mujeres de 4 a 9, por cien mil habitantes en el período señalado. Según datos recientes en los últimos dos años la tasa de asesinatos de mujeres se ha reducido en dos puntos, uno por cada año, presentando 631 casos en 2011 y 572 en 2012 (Nota periodística, Mendoza y Méndez, 2013).

En los siguientes apartados se presentan las diferentes formas y mecanismos a través de los cuales se ejerce la violencia por parte de los hombres.

Violencia masculina y uso de las armas de fuego

            En Guatemala, la proliferación de armas es alta; de acuerdo a un informe policial en el 2011 habían 1.5 millones de armas, muchas de ellas sin registro en la Dirección General de Armas y Municiones –DIGECAM- (CDHG; 2011). De acuerdo a los datos presentados en un informe sobre armas y municiones, por la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala –CIGIG- (2009), este país ocupa  el sexto lugar que compra más armas en América Latina y el Caribe, importando el 5% del total de armas y municiones de la región, que representa el 42% del total importado por los países centroamericanos.

            Los datos del mismo informe expresan que los homicidios por arma de fuego representan el 83% a nivel nacional, de los cuales el 89.1% corresponde a muertes de hombres y el 10.9% a muertes de mujeres. La mayoría de víctimas eran jóvenes entre 19 y 36 años de edad.

En cuanto a las armas, como principal herramienta para ejercer violencia masculina es importante señalar un dato lamentable que muestra la falta de políticas públicas sobre control de armas: del total de armas registradas el 91.75% está en manos de personas particulares y solamente el 8.25% en entidades del Estado. El estudio referido no profundiza en quiénes portan las armas y por qué, aunque en Guatemala poco se ha debatido el tema. Los datos son contundentes  en relación a la violencia masculina y el monopolio que los hombres tienen sobre la violencia y las herramientas para ejercerla; del total de 393,996 armas de fuego registradas en el año 2009, el 98% de las armas son propiedad de los hombres.

Violencia masculina, uso de otras armas de control, poder y dominación

            Para un análisis más integro sobre el ejercicio de la violencia masculina y el uso de las armas, que representa el principal instrumento utilizado para asesinar a otros -en más del 80% de los casos-, es importante indicar que el problema en el caso de los asesinatos de mujeres no se reduce al uso de las armas de fuego pues en varios de los casos se evidencian formas desgarradoras de muerte, en los que victimarios utilizaron diversas armas con las cuales, al momento del crimen, provocaron mayores daños a las víctimas; fuerza, control y saña.

Ahora bien, aunque la violencia masculina analizada desde la perspectiva de género, generalmente aborda aquellas formas de violencia perpetrada contra las mujeres en razón de fuerza y poder simbólico-real de los hombres contra las mujeres, que ocurre en sociedades patriarcales en que la figura masculina es concebida como centro de poder y control a lo interno de la familia y la sociedad, en un nivel más general, esta misma concepción de poder y control es utilizada por los hombres para perpetrar violencia no sólo contra las mujeres que están en un nivel de subordinación a ellos, sino también contra sus congéneres, esto es, violencia de hombres contra hombres. Así los niveles de violencia masculina contienen un doble sentido simbólico; mantener estructuras de poder frente a las mujeres y mantener estructuras de poder y control de sus propios territorios masculinos. Las pandillas juveniles son un buen ejemplo, a las cuales se suman otras estructuras como las redes de trata y de narcotráfico, dentro de las cuales –históricamente- se encuentran las guerras por territorio y control socioeconómico y político.

Reflexión/conclusión final

Como se indicó al inicio del presente artículo, los imaginarios sobre lo masculino y sus efectos prácticos son la base que, como una mecánica y aparato intelectual, lleva a la construcción de las identidades masculinas –tradicionales- basadas en las ideas que fundamentan el “ser hombre”, desde la heterosexualidad aprendida, la cual no solamente refiere la preferencia por el sexo opuesto sino –fundamentalmente- la forma en que los hombres “deben” relacionarse  tanto con el sexo opuesto, con las ideas misóginas que conlleva, como con los otros del mismo sexo.

La dominación es un elemento presente en la referida mecánica heterosexual así como la violencia masculina aprendida en dos dimensiones: contra mujeres y contra otros hombres. Este es el núcleo de esa mecánica que se constituye en una de las bases estructurales que hace posible el desarrollo de diversas expresiones de dominación y violencia masculina en distintos niveles y ámbitos sociales. Es en este sentido que la mecánica heterosexual –con sus aprendizajes contenidos- impacta de manera negativa en la vida de las mujeres, principalmente, pero también en la vida de los hombres. Las sociedades patriarcales llevan esta marca de dominación y violencia masculina; cuestionarla desde sus causas y no sólo desde sus efectos es uno de los primeros pasos para visualizar e impulsar medidas eficaces de transformación social.

*Psicóloga y Antropóloga Social

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[1]“Violencia, dominación masculina y exclusión social: un estudio sobre los asesinatos de mujeres en Guatemala, 2000-2010”. Tesis doctoral en Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. México D.F. 2012.

[2] El sistema sexo/género separa la dimensión biológica de la dimensión simbólica, pero siempre están asociadas a una de la otra en la dualidad de géneros Segato (2003) basada en el sistema simbólico de representaciones que clasifica y ordena. Una de las primeras clasificaciones que el género impone a los seres humanos es lo masculino y femenino, que se establece a partir de las diferencias observadas en el sexo biológico. Esta clasificación deriva del acto social de observar elementos fundacionales en la experiencia humana basada, según Héritier (2007), en la categorización binaria: masculino/femenino, calor/frío, seco/húmedo, activo/pasivo, duro/blando, belicoso/pacífico, etcétera. Lo que Héritier encuentra en estas oposiciones binarias es la alteridad impuesta a las diferencias observadas, la cual se basa en la observación de la diferencia sexuada. Esta alteridad/jerarquía es lo que Héritier ha denominado valencia diferencial de los sexos, que explica las concepciones que existen sobre el poder de un sexo sobre el otro o la valorización de uno y la desvalorización del otro.

[3] “La violencia moral es el más eficiente de los mecanismos de control social y de reproducción de las desigualdades. La coacción de orden psicológico se constituye en el horizonte constante de las escenas cotidianas de sociabilidad y es la principal forma de control y de opresión social en todos los casos de dominación. Por su sutileza, su carácter difuso y su omnipresencia, su eficacia es máxima en el control de las categorías sociales subordinadas… La eficiencia… resulta de tres aspectos que la caracterizan: 1) su diseminación masiva en la sociedad, que garantiza su ‘naturalización’ como parte de comportamientos considerados ‘normales’ y banales; 2) su arraigo en valores morales religiosos y familiares, lo que permite su justificación y 3) la falta de nombres u otras formas de designación e identificación de la conducta, que resulta en la casi imposibilidad de señalarla y denunciarla e impide así a sus víctimas defenderse y buscar ayuda”. Ejemplos que Segato expone sobre la violencia moral son: el control económico; el control de la sociabilidad y movilidad de las mujeres; el menosprecio moral, estético y sexual; y la descalificación intelectual y profesional. (Segato; 2003:115)

[4]  En base a los planteamientos de Holland (2010) -y en acuerdo con él-  acá se comprende la misoginia en un sentido más integral, no solamente como un sentimiento (odio), sino como un mecanismo para respaldar la desigualdad y dominación masculina. La misoginia tiene su base en las primeras explicaciones filosóficas que consideraban a las mujeres como inferiores a los hombres y se constituye en una especie de aparato intelectual para justificar el desprecio y la hostilidad por parte de los hombres hacia las mujeres, concretizándose en distintas maneras de menosprecio violencia y denigración de las mujeres.

[5] Los hombres que forman parte de los movimientos por la igualdad y por la construcción de nuevas masculinidades han desarrollado mayor consciencia sobre el pesar masculino y esto les ha permitido iniciar procesos de liberación. Cfr. http://prensacodoacodo.blogspot.com/2011/03/miguel-angel-arconada-e-ivan-sambade.html

[6] Al respecto de este debate sobre “inferioridad” y “superioridad”, los análisis de carácter psicosocial muestran que el contenido velado del poder masculino es la fragilidad, ya que la masculinidad-poder no existe como una realidad biológica, sino existe como una realidad construida, como una ideología que ha sido aprendida.   Las relaciones de género construidas por la sociedad patriarcal le dan cabida a esa forma de ser masculino, pero es una institución social basada en conceptos insustanciales sobre la hombría y el sexo biológico; supuestos sinónimos de masculinidad (Kaufman, pp. 40, 1989 en García 2000)

[7] En Guatemala están en proceso algunos casos judiciales por los crímenes cometidos contra las mujeres durante el conflicto armado.

[8] Acá no se analizan los casos específicos de la niñez que presentó la CEH, aunque en algunos se mencionan.

[9] Conversación personal con una mujer maya-kaqchikel. Guatemala 2008. Este dato fue confirmado por los testimonios de violencia sexual ofrecidos por las mujeres víctimas en el juicio por genocidio que inició en Guatemala el 19 de marzo de 2013.

[10] La CEH no utiliza el concepto de dominación masculina.

[11] Conversación personal con la Comisionada de la Reforma Policial en Guatemala, Helen Mack. Guatemala 2010.