Quimy De León – Prensa Comunitaria
Viajar por el territorio de este país llamado Guatemala, en donde me tocó nacer, ha sido una de las características que determinan mi forma de vida. Más de veinte años llevo de hablar, dormir, sentir, comer, caminar, hacer amistades, convivir, compartir y vivir con diferentes personas sus experiencias. Muchas mujeres me han abierto contentas sus vidas, sus casas y sus corazones, disfrutar de las tortillas con un plato de frijoles junto al fuego y platicar con ellas de todo un poco no tiene precio. Junto a ellas nunca faltan las risitas, llantos y juegos de sus chiquitines, curiosos, inquietos, molestos, juguetones.
Una lluvia de palabras vienen a mi memoria, de sus experiencias del genocidio, de la guerra, la violencia, de sus familias, de sus migraciones, de amores, sus huidas, sus logros, de la resistencia y la fuerza de la alegría de sus luchas. Mis historias también se han quedado con ellas. Debo confesar que me he enamorado y he dejado mi corazón en muchos lugarcitos de Chiquimula, Petén, Quetzaltenango, Huehuetenango y las Verapaces. En vivo y a todo color, me he dado a la tarea de conocer y tratar de entender nuestra propia historia y así vivir la propia entre cerros, valles, ríos y cientos de personas con quienes hemos caminado hasta hoy.
Además de entender y conocer, también ha sido preciso pensar que las cosas pueden ser mejores, pensar en transformar lo que ha sido doloroso, cuesta arriba y que ha supuesto perder los sueños y las esperanzas. El proyecto de recuperar la dignidad nos ha dado sentido y nos ha hecho comprender el porqué de nuestro encuentro, que para nada ha sido una simple coincidencia. Soñar un futuro mejor que el presente que tenemos y defender la vida tiene una razón de ser para nosotras: nosotras mismas y también esas personas pequeñitas, los niños y las niñas que le imprimen ternura a la vida cotidiana con sabor a un plato de frijoles con tortillas recién hechas.
Reuniones y juegos
Recorrimos más de quinientos kilómetros para llegar a la Aldea El Pato, en el municipio de Sayaxché en Petén. Esta comunidad nació logro de la lucha organizada por recuperar la tierra, el lugar en donde se encuentra asentada formaba parte de una la finca de un capital del ejército de Guatemala. Las mujeres y hombres maya Q’eqchi´ decidieron recuperar la tierra luego de la Firma de la Paz en 1996. La Aldea El Pato se encuentra ubicada en medio de los gigantescos aguales y pantanales de esta zona, mismos que están siendo destrozados por los intereses de los terratenientes para la ganadería, las plantaciones de Teca o Palma Africana. Durante la guerra en Guatemala en esta zona se registraron fuertes combates entre la organización guerrillera de las Fuerzas Armadas Rebeldes FAR y el ejército, así lo cuenta uno de los compañeros presentes en la reunión, mientras el calor se encargaba de recordarnos lo difícil de la vida dentro de la inmensidad del Petén.
El calor era extremo -«42 grados a la sombra», nos dijo un señor-; era el mediodía cuando empezamos a ver las primeras casas. Las mujeres de la comunidad ya nos estaban esperando para platicar. La intención era contarnos sobre su historias, su comunidad y sus sueños. Juntas, pues como en muchos lugares, se han organizado para mejorar sus vidas, luchar en contra de la violencia contra las mujeres y emprender un importante proyecto de salud.
Mientras hablábamos y reflexionábamos sobre cómo nos afecta la violencia en todas sus expresiones, más de diez niños y niñas -la mayoría de menos de cinco años- jugaban a nuestro alrededor. Más allá de estas acciones y proyectos concretos del día a día, urgentes y necesarios, estas conversaciones nos dan insumos para construir conocimientos juntas y nos dan las pautas para construir ese otro orden civilizatorio, como propone la feminista Margarita Pisano. Otro orden que nos permita tomar acciones que puedan poner en jaque las viejas estructuras de poder que habitan entre los pueblos y nos sujetan.
El compromiso de defender la vida, el agua y la tierra «es por ellos», dijo una de las señoras más grandes. Y tiene total sentido. Me hice entonces varias preguntas que me problematizan y le dan vueltas a mi cabeza. ¿Cuál debe ser el sentido que le debo imprimir a mi vida y mis luchas personales para que sumado a las de las otras, nos den otro sentido de vida colectivo y que nos permitan darle a la niñez otra vida, que sea vivible aquí y ahora?
Viajar a todas partes
Viajar hacia el cosmos de las relaciones más íntimas y hacia mi propio mundo interior es una de las experiencias más emocionantes y extraordinarias. Más aun si trae una consigo aprendizajes y la alegría de quien ha vivido con mucha intensidad. Cuando reflexionamos desde la teoría y la acción política feminista sobre la violencia, no lo hacemos como algo abstracto, solamente por el gusto por el conocimiento, por un activismo conmemorativo o por las acciones alrededor de un proyecto de una oenegé, mucho menos para acumular créditos personales como “expertas».
Entender la violencia para transformarla supone tratar de descifrar con estricta rigurosidad, compromiso y a la vez con actitud liberadora mi historia propia y los nudos y entramados que la componen y evidencian una historia colectiva construida por una sociedad violenta, quiénes la han dirigido y porqué. Liberar el cuerpo de las marcas de la violencia vivida, en la familia, en la escuela, en la iglesia; determinada por el contexto patriarcal, conservador, clasista y militarizado en medio de una guerra contrainsurgente, ha sido un verdadero reto de todos los días, de todos mis días. Poco a poco, conforme una avanza en este recorrido, es posible entender que es posible desterrar el terror, el odio, la internalización de la violencia y las enfermedades.
La violencia se reproduce en sus expresiones más grotescas y na la vez las más sutiles, se oculta en las relaciones afectivas, de amistad, compañerismo o de amor; tanto que las hacen tan cotidianas como normalizadas. La competencia y guerra sin cuartel entre personas cercanas enfrentándose por tener control y poder unas sobre otras, es asqueroso y desesperanzador. La disputa por dinero, trabajo o protagonismos nos hacen pensar que si hemos dedicado una buena parte de nuestra vida para tratar de entender y transformar nuestro entorno; hay algo que nos hace falta, algo que requiere que seamos más agudas y más contundentes. Para entonces poder garantizarle a las más pequeñas las sonrisas, juegos y tranquilidad que necesitan, resultado de una vida digna. Ésto requiere de toda nuestra creatividad y honestidad.
Captar la espontaneidad de la mirada propia de la niñez, de jugar sin más que disfrutar cualquier momento en cualquier lugar, me obliga a pensar en el pasado y presente violento y a continuar con nuestra decision de terminar con la violencia patriarcal en contra de las mujeres, incluso de los hombres, perpetradores y a la vez víctimas del sistema que les confiere el poder del uso de la violencia. Para lograrlo, requerimos tener una dosis de mirada histórica y hacer síntesis de nuestras vivencias.
Decidirnos a mirar más allá de hechos, ir hasta la raíz para arrancarla y sembrar de nuevo con los sueños acumulados de todas las mujeres que han vivido, vivimos y las que vienen nos supone muchos esfuerzos. Dentro de tantos, sin duda, el papel que juega la fotografía en este compromiso con la vida, impregna de más sentido a mis viajes. Al recorrer el mundo con una cámara, los frijoles sabrán cada vez más ricos.